“Motivo: Canal del Suez, poder de estos y de aquellos.”

Fue como si el país del Nilo no hubiera sido más para Napoleón que un capricho para demostrar en Europa un tal poder que se había sumado a su nombre luego del absoluto éxito de sus demás viajes aboliendo monarquías, poder que si bien no podía llamarse gratuito, no bastó para hacerse con la milenaria tierra, sus opositores habían estado haciendo eco a sus intenciones y por cualquier medio buscaban coartar su avance. Fue esta, su campaña a Oriente.  Maravillado llegaba al país llevando en su mano el texto “Viaje a Egipto y Siria” de Constantin Volney, publicada en 1794, en el cual decía, y parece el haber saltado esa página por que…. “Si los franceses se atreviesen a desembarcar allí, turcos, árabes y campesinos se armarían contra ellos […]. El fanatismo ocuparía el lugar de la habilidad y el coraje” (Sánchez Arreseigor, junio).

Entró por Alejandría y pretendía continuar descendiendo, la fuerza Mongola que en un principio permaneció inmutable, observó y siguió su paso y con prontitud acudió a defender su territorio, frente a lo cual y a pesar de la “honorifica” partida, una despedida bastantemente planeada como pantalla ante el evidente fracaso en su intención invasora,  regresó  a Francia embuchado con atavíos faraónicos que por tenaz descuido de los nativos logró capturar, fue en dicha campaña cuando  en Rosetta encontraron la famosa piedra culpable del desciframiento de los jeroglíficos y oleajes de posteriores excavaciones europeas, foco explosivo del boom siguiente de la Egiptología en el viejo continente. Tesoros faraónicos como memoria de la presunción del sujeto (Napoleón), con ellos da por concluida su campaña “in situ”, emprendiendo a su vez una nueva desde su nación cultivando  intereses particulares de sabotear los avances de su más grande enemigo, Gran Bretaña, con la cual parecían haberse dedicado la guerra frontal por el poderío de la Europa, una pelea con armas diversas que apuntaban a un mismo fin, por su lado Francia republicana liderada por el ambicioso ya citado personaje que arrollaba con todo a su paso vs. La cuantiosa isla beneficiada por sus movidas comerciales e “iluminados” inventores.  Pelea que implicó al momento al desinteresado Egipto, una pelea de zancadillas y mentiras, la idea de Napoleón pues consistía en  que su País fuera el mundialmente patentado precursor de la ruta comercial de mayor necesidad para el momento. Ideó y proclamó que Francia construiría  nada más ni  nada menos que el Canal del Suez.

Egipto gozaba con una excelente posición geográfica,  una pequeña porción de su  tierra era el único obstáculo para la ruta más rápida desde Europa hacia el sur de Asia, donde ya se tenían fichados los sitios de principal explotación, por el norte  linda con el mar Mediterráneo y al sureste con el Mar Rojo. El hacer un surco en la tierra que permitiera el paso de  navíos comerciales del uno al otro, les evitaba la tediosa labor de rodear África para el abastecimiento. Si bien tal cuestión no parece encuadrar más que intereses enteramente comerciales, los cuales no tendría por qué ocupar la mente de franceses que al parecer surcaban su camino con distintos planes,  pero cómo en carrera entre dos también se mira hacia al lado, y el ganar implica el “hacer perder” al otro primero,  tal idea Francesa de patentar la construcción no era más que poner una piedra en el camino de sus odiados Ingleses. Cuestión irónica, puesto que se supone que se “abría” camino para el comercio, no al revés, pues resultaba evidente que el país Republicano no contaba con las mismas capacidades comerciales que los isleños de Gran Bretaña, y tal épica construcción no les daría tan frondosos jugos.

En cualquier caso, las labores son asignadas, investigaciones desde el sitio y en Europa empiezan a maquinarse y el líder Francés deja encargados en la tierra árabe para hacer frente al proyecto, quienes además de estudiar las cuestiones físicas del lugar para la puesta en marcha, necesitaban mediar con los Egipcios y convencerlos de su aprobación.

60 años pasaron, con sus respectivos problemas superados, entre ellos el convencer al gobernante egipcio (Muhammed Alí Pasha, Sultán) de los futuros “beneficios” que tal construcción para su país traería, el encargado de tal labor fue el Vis cónsul de Francia en Alejandría, Ferdinand de Lesseps. Prometió dentro de la sarta de palabras al sultán (bajo la firma legal) ceder  la total administración al país legítimo luego de  un lapso de 99 años bajo uso y patente única Francesa. Juego tramposo desde el ego Eurocéntrico, de influencia  algo Darwinista, con la consigna tal vez de la “ley del más vivo”. Pues es claro que a los egipcios en ningún momento les interesó tal tipo de intervención sobre su tierra, simplemente no la necesitaban, pero con el tiempo fueron cediendo a afirmaciones extranjeras de una posible inmersión en el uso capital, cosa que reitero, no necesitaban. Así Europeos convencidos desde sus magníficas investigaciones y supuestas certezas veían a los “pequeños” Egipcios tan maleables, como apunta Galbiatti, vivían inmersos en  “Una filosofía que eliminaba la moral y el deber al reducirlos al cálculo racional, podía debilitar el sentido de la disposición eterna de las cosas entre los pobres ignorantes sobre los cuales descansaba la estabilidad social” (Galbiatti, p.3). Creyendo que la incidencia occidental lavaría cerebros aquí y allá,  todo entorno a la construcción del famosísimo canal del Suez tuvo estrecha relación con intereses y concepciones Europeas. En noviembre de 1869, y como ejemplo del apunte anterior, con suma opulencia  se celebraba la ansiada apertura luego de finalizado el proyecto,  en la Opera  recientemente inaugurada en el Cairo emperadores y príncipes se dieron cita, se pretendía escuchar “Aida”, la ópera de Verdi, la cual este no alcanzó a dar termino a tiempo y se presentó posteriormente, una historia “Egipcia” a la manera occidental, que conveniente…

Así fue como de nuevo la guerra de poderes volvía con nuevos ataques ligeramente más tácitos, Los ingleses ofrecieron la compra de partes egipcias del proyecto, error inmenso que significaría una invasión que pareció no tener fin, además de entregar el manejo  total del canal a Europa. “El canal de Francia e Inglaterra” en tierras ajenas, empezó a despertar la inadaptación de nativos al creciente control extranjero. Egipto ya no era más una pobre nación, su atractivo arqueológico empezó a dotarlo de visitantes y claro de cierta conciencia sobre la “propiedad”. Esos “pobres ignorantes” que tras años de espera no vieron  cumplidos los designios legales, y parecióles  injustificada la evidente invasión  Inglesa, se levantaron del pasivo asiento en que habían aguantado, y como un designio retrasado del mismo Volney, armados con la furia de muchos años, pelearon por lo suyo. Así lo narra,  Hector Abad Faciolince (2008):

Durante el Sábado Negro (negro, entre otras cosas, porque de ese color quedó por varias horas el cielo azul de la ciudad) la gran revuelta popular del 26 de enero de 1952, una turba de cairotas enfurecidos prendió fuego a todos los edificios que tuvieran alguna resonancia inglesa u occidental… Por un día estuvieron juntos los comunistas, los hermanos musulmanes, los nacionalistas, el pueblo desesperado. (p. 43)

Pronto se desmintieron las pretensiones de superioridad de aquellos sobre estos, se esclareció, que como unos los otros también razonan, huelen la traición y el interés en los rostros de máscaras afables.

Fuentes:

Aida, en Cairo Opera House

fragmentos Oriente Empieza en el Cairo- Héctor Abad Faciolince en EL ESPECTADOR

Hello world!

This is your very first post. Click the Edit link to modify or delete it, or start a new post. If you like, use this post to tell readers why you started this blog and what you plan to do with it.

Happy blogging!